El viejo contemplaba fijamente el cielo gris el cual se asemejaba al humo del cigarro que aspiraba lentamente mientras a su mente llegaban recuerdos de un pasado lejano y confuso situado en un tiempo que era inútil tratar de precisar o de fechar, de pronto; su decrépito ser vibró al calor de antiguas y muchas veces experimentadas sensaciones que se debatían entre el placer y la nostalgia sacudiéndolo en sus adentros y haciéndolo volver a sentir aquellos anhelos juveniles, aquellas olvidadas caricias, y aquellos voluptuosos y estremecedores roces que llegaron a acariciarlo y a embriagarlo en cuerpo y alma en esos tan distantes años de su juventud , y de los cuales él sabía muy bien que jamás volverían a llenarlo ni a satisfacerlo en sus ansias existenciales, ni a hacerle sentir nuevamente esos inmensos deseos de vivir que tuvo en el pasado. Sumido en estas ensoñaciones comenzaron a llegar a sus oídos viajando a través de su imaginación en medio de extrañas evocaciones, las notas familiares y hermosas de una vieja canción muy querida por él, mientras tanto pudo observar por la ventana de su habitación que una lluvia ligera y discreta comenzaba a caer. Así transcurrieron algunos breves instantes de calma hasta que aquellas primeras tímidas y diminutas gotitas de agua comenzaron a volverse mas y mas gruesas hasta parecerse a las lágrimas de algún gigante cuyos húmedos pesares mojaran la tierra entre tremendos gemidos y aspavientos hechos de truenos y de rayos. Gris era era el color del cielo y gris también el humo del cigarro que permanecía entre su dedos de la mano izquierda mientras que con los de la derecha acariciaba su arrugada frente frotándola como si quisiera limpiarla, como si quisiera desempañar sus pensamientos y al mismo tiempo desempolvar su mente para así poder disfrutar más clara y vivamente de aquella evocación. Al recordar esta añorada balada, el anciano hubiera querido valerse de algún poderoso conjuro por medio del cual pudiera regresar a aquel momento en que por primera vez oyó esa melodía, al instante mismo en que a sus oídos llegó aquella armoniosa y hasta entonces jamás escuchada música , ¡pero no, tristemente aquel deseo era imposible de cumplir!. La lluvia se había hecho cada vez más intensa, hasta el punto de hacerse un verdadero torrente que con su estruendoso e indecente ruido empezaba a difuminar aquel dulce recuerdo transformándolo en angustia y en dolor, pues ahora en su alma aquejada por el terrible crepitar del aguacero, había aparecido con fiera claridad el sentimiento de la soledad mas absoluta y desesperada que pueda imaginarse. Esta horrible sensación de soledad interior comenzaba a inundar ahora todo su ser alejándolo de toda idea placentera y esperanzadora, porque así como el cielo azul se desvanece empujado por las grises nubes que entre fuertes rugidos anuncian la tormenta, de igual manera se habían esfumado para siempre de la existencia del viejo los días claros y gozosos de su juventud y de la misma forma en que se iba consumiendo su cigarro así también, poco a poco, se irían consumiendo lenta y dolorosamente sus últimos deseos y aspiraciones para luego desaparecer en el mar de quejas y quebrantos que trae consigo la vejez. Ya no guardaba ilusiones ni tenía la menor esperanza de que regresaran esas épocas de alegría en las que podía cantar con cándido placer aquellas canciones que tanto le gustaban. Tampoco creía ni esperaba nada de sus hijos ni mucho menos de sus nietos, para él no eran éstos mas que seres extraños y desfigurados muy distintos de la gente que conoció en sus años de vigor. Inesperadamente surgió de su pensamiento como un terrible rayo caído sobre su espíritu, la desgarradora idea de que la vida ya no tenía nada nuevo ni bueno que ofrecerle, y de que habiendo absorbido todo lo jugoso y nutritivo del néctar de la existencia no podía ya esperar otra cosa más que amargos y desolados porvenires. Su cigarro ya se había consumido por completo, y repentinamente la lluvia había comenzado a cesar hasta volverse casi imperceptible como si desde el cielo algún portentoso dios le hubiera ordenado a la tormenta que se calmara y ésta ante tan imponente orden volviera a ser suave y tranquila como cuando inició. Entonces el anciano se recosto en su cama agobiado por los pesares de su atormentado ser; deseoso de que el sueño llegara pronto para arropar su alma con sus morfeas sábanas llenas de apacible somnolencia y así poder refugiarse por un momento de sus temores, de sus amargos pensamientos, de la melancolía de la vida y de sí mismo.
Edgar R. Cabrera.
Edgar R. Cabrera.
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